Relato – 2 «Mi primera inmersión en el SS Thistlegorm»

 

Uno a uno, todo el grupo de buceadores de Cormorán caímos al agua. Yo me agité inquieto cuando la fría humedad del Mar Rojo se introdujo dentro del neopreno. El SS Thistlegorm nos esperaba y, después de todo lo que había escuchado, no podía dejar de estar nervioso e impaciente.

Al instante me recuperé del primer escalofrío y aleteé con fuerza en dirección al cabo que descendía hasta el pecio y nos unía a él. Luché brevemente con la corriente que venía desde el norte y me agarré a la gruesa maroma. Debajo de mí, escalonados, el resto de buceadores descendía por el cabo con sus manos, precedidos por Hasaan, nuestro guía egipcio del que ya no veía ni las aletas. Con una ligera presión, extraje algo de aire de mi chaleco y comencé a descender yo también.

Poco a poco, la silueta del barco se dibujó delante de mis ojos y no pude por menos que detenerme un instante a contemplar el espectáculo. Como un fantasma, el SS Thistlegorm descansaba en el fondo del mar, rodeado de las burbujas provocadas por otros buceadores que ya estaban en su interior. A su alrededor, se intuían bancos de peces de diversos tamaños. Con un cosquilleó en mi estómago, descendí hasta el grupo que me esperaba sobre el puente de mando.

Cuando llegué a la altura del grupo, levanté mi mano derecha y junté mis dedos índice y pulgar indicando a Hasaan que todo iba bien. Este me devolvió la seña y con la palma de la mano extendida señaló hacia la proa del barco. Como si se tratara de un ejercito, todo el grupo, Tito, Yoli, Esther, Garrote, Raquel, Alex, Belén y mi compañero Juan Manuel, siguió a Hasaan sobrevolando la cubierta del barco. Cuando nos acercábamos a la proa, nuestro guía se escoró a estribor y descendió por el lateral del barco conduciéndonos hasta el punto medio de la cadena del ancla que descansaba en el fondo. Miré hacia la superficie y la sombra del buque hundido me hizo sentir pequeño e insignificante. Lentamente, observando al monstruo inanimado, giramos a babor, rodeando la proa y ascendimos muy despacio hasta la cubierta.

El espectáculo de los molinetes en aparente perfecto estado se nos mostró como si una cámara de cine se moviera sobre el barco y nos descubriera sus secretos. Sólo la vida marina que vivía en ellos (nudibranquios, peces león, etc…), nos hacía darnos cuenta que en realidad estábamos asistiendo a ese espectáculo en directo.

A partir de ese momento, las historias que me habían contado sobre el interior se hicieron realidad. Con los ojos muy abiertos nos introdujimos en las bodegas del barco y tuve la sensación de que la respiración y el pulso se me detenían. Los focos de mis compañeros frente a mí comenzaron a iluminar los camiones Bedford, los fusiles Lee Enfield casi irreconocibles, las BSA que parecían estar esperando que alguien las montará, los repuestos para alas de avión, etc… Casi olvidé encender mi foco.

Cuando lo hice el tiempo pareció detenerse y vinieron a mi cabeza las historias que había leido acerca de la guerra de África, del mariscal Rommel, del general Auchinleck, de la operación Crusader, del octavo ejercito británico, del Afrika Korps… No pude evitar pensar que todo ese material, que esos aparatos, estuvieron destinados a participar en una guerra que envolvió al mundo entero. Me di cuenta que estaba buceando en medio de la Historia y aquello me puso la piel de gallina. El estremecimiento y la emoción fueron tan grandes que casi olvidé mirar mi computador durante el resto de la inmersión.

Cuando el tiempo volvió a moverse, la inmersión tocaba a su fin. Un banco de increíbles peces hacha nos despidió en la última bodega y Tito se entretuvo filmándolos a placer. Cuando salimos de allí todavía nos esperaba la ultima emoción. La mayoría de nosotros había alcanzado la reserva de aire y, apenados, nos disponíamos a ascender hasta el Gazhala II cuando unas sombras oscuras se acercaron por el lado de estribor. Mientras realizamos la parada de seguridad, ondeando como velas ante la fuerte corriente, asistimos emocionados al espectáculo de un banco de grandes atunes cazando. Se que alguno de nosotros alargó la parada. Yo lo hice. Cuando subí a nuestro barco permanecí un momento sentado, sin quitarme la botella, sin decir nada. Solo volví a la realidad cuando nuestro capitán gritó desde su puesto, justo encima de donde yo me encontraba.

– ¡Mariquita! ¿Y mariquita?.

No pude evitarlo. Sonreí.

Fco. Javier López Reguero