Buceando en el río Tajo
Por Fco. Javier López Reguero
La tarde se apaga sobre el cauce del alto Tajo y los coches se detienen a un lado de la pista forestal. Siete cormoranes descendemos de los coches y observamos el paisaje sin terminar de creernos que, en medio de ese pinar espeso, vayamos a disfrutar de una nueva inmersión.
Los monitores de Guadasub, la empresa de buceo especializada en inmersiones en el Tajo, nos indican que nos podemos ir poniendo los trajes y preparando los equipos.
Entre bromas y miradas a los buitres que sobrevuelan los riscos escarpados que se ven por encima de los árboles, procedemos a preparar los chalecos, reguladores, botellas, etc., De vez en cuando, algún coche desciende por el camino y los ocupantes nos miran como si nos hubiésemos escapado de un manicomio.
Cuando todo el equipo está preparado y comienzo a ponerme el traje me doy cuenta de que mis escarpines no están en la red de buceo. Revuelvo la bolsa mientras pienso con desesperación en cómo estará el agua.
– Me he olvidado los escarpines. – informó finalmente al resto del grupo. Mis compañeros, cargados de comprensión y camaradería tratan de consolarme.
– Mira que me extraña que se te haya olvidado algo. – comenta Yolanda entre risas. El resto también se ríe y en medio del cachondeo, decido que voy a bucear con mis calcetines blancos de deporte.
Nos equipamos sin que las risas decaigan y estás aumentan cuando desciendo la ladera pedregosa hasta el río, totalmente equipado con mi equipo de buceo, mis calcetines blancos y unos mocasines (creo que las chanclas también me las he dejado en casa). A duras penas trato de mantener algo de mi escasa dignidad y les pregunto muy serio si es que nadie ha buceado nunca con escarpines de marca, los famosos escarpines abanderado. La respuesta del resto de los cormoranes es una estruendosa carcajada y entonces me convenzo de que la situación es insalvable, por lo que me concentro en el buceo que nos espera.
Cruzamos un puente de madera de aspecto frágil que sobrevuela el río y nos colocamos en la vertiente derecha del mismo. Allí, sobre una gran roca lisa y ligeramente inclinada que acaricia el agua, esperamos a que los rayos de sol se parapeten detrás de los árboles y la oscuridad se abalance sobre nosotros y sobre las aguas. Cuando la noche ha caído en el desfiladero, el grupo de buceadores nos metemos en el agua. No parece tan fría. Nadamos hasta el centro de la corriente, que en ese punto no parece muy fuerte y esperamos en la superficie contemplando como el bosque se deja acariciar por la luz mágica de una luna llena que comienza a presidir esa noche.
Finalmente, todos estamos preparados, encendemos las linternas y vaciamos los chalecos.
Es mi primera inmersión nocturna y los nervios me hacen descender despacio los seis metros hasta el fondo. Delante de mí, se despliega un espectáculo de luces fantasmales que se mueven en todas direcciones iluminando la pared del río. Haces de diversa intensidad se despliegan como focos en medio de la niebla, creando una imagen increíble.
Los troncos sumergidos aparecen y desaparecen, y las orillas, vistas bajo el agua, están conquistadas por enhiestos juncos que parecen lanzas. Lentamente ascendemos la corriente y nos acercamos a una pequeña cascada, una veintena de metros río arriba. Fascinados, observamos como el agua golpea sobre si misma formando una espumosa turbulencia y descubrimos alguna trucha que huye de nosotros asustada.
A una señal nos dejamos arrastrar por la débil corriente y pasamos por debajo del puente que sobrevuela el río. Unos metros más abajo, los restos del antiguo puente descansan como un extraño pecio, rodeado de ramas y juncos. Nos detenemos allí y nuestro guía nos indica que apaguemos las linternas y miremos hacia la superficie. Lo hacemos y sobre nosotros aparece un circo de árboles que rodea la luz de la luna que cae sobre el río. Nos quedamos inmóviles, hechizados por el maravilloso espectáculo de esa noche submarina y casi nos cuesta volver a encender los focos y continuar la travesía.
Descendemos algo más y podemos observar algún pequeño gobio y alguna trucha huidiza. Entonces, con más de la mitad de la botella consumida, rodeamos una roca que se asemeja a un diminuto islote y nos encontramos con una enorme trucha dormida que descansa en el fondo del río, completamente ajena a nuestra presencia. Nos acercamos a ella y alguno de mis compañeros la acaricia con suavidad, hasta que el pez se despierta y, con una sorprendente rapidez, huye de nuestra molesta presencia.
Mientras tratamos de seguir al magnífico ejemplar con nuestras linternas, nuestro guía nos indica que hemos de volver río arriba hasta el punto de inicio de nuestra inmersión, donde alguno de mis compañeros ya está en superficie.
Al salir del agua, los veo formando corrillo en la orilla, comentando de forma animada lo que hemos visto. Me preguntan y yo no digo nada, ya estoy pensando en cómo será una nocturna en el mar.